Héctor Antón Castillo
Un productor visual reconocido en el circuito internacional como el remunerador en serie Santiago Sierra declaró en cierta entrevista que las retrospectivas son para artistas célebres o muertos. Cattelan obvió éste prejuicio y miró hacia atrás con ese libertinaje permisible en la falacia del arte. Así lo vemos intervenir el espacio galerístico con la tranquilidad que ofrece lo museográficamente correcto y sin la necesidad de recurrir a los trucos del escándalo público.
Figuraciones escultóricas en mármol blanco simulando cuerpos tapados con tela alusivos a una muerte colectiva, maniobra de ocultamiento sugerida por Duchamp y llevada a gran escala pública y política en los empaquetamientos de Christo. Un niño tocando el tambor sentado en el techo del Menil evoca una escena de alerta bélica extraída de la novela El tambor de hojalata de Günter Grass. Brazos que “salen” de la pared exhiben la estética nazi para “saludar” hitlerianamente al público, retomando las amputaciones corporales que identifican las esculturas de Robert Gober. Una mano colgada de una lámpara de la que resalta un dedo indicando una conocida señal de inconformidad calca al chistoso y absurdo Cattelan. El palo de una escoba que sostiene un lienzo virgen provocando un doblez en el centro “reconstruye” gracias al falso azar los cortes verticales en la tela de Lucio Fontana. Este guiño cómplice ilustra un vínculo complaciente entre un artista vivo como Maurizio Cattelan y un artista muerto como Fontana que el Menil Collection conserva entre sus adquisiciones.
La retrospectiva de Maurizio Cattelan en The Menil Collection prueba que los grandes artistas están destinados a luchar frente a la dimensión de su pasado. En esta ocasión, el autor de piezas controversiales, sobrecogedoras y espectacularmente universales como La Nona Hora (1999), Him (2001) o Hollywood (2001) ha sido superado por él mismo. Es decir; que se posterga el reto de superar el listón de sus obras emblemáticas. Aunque ello no significa que el combate ha terminado. En tales casos, la humilde soberbia del talento deberá imponerse a la arrogancia de creerse inmortal antes de merecerlo.
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