Roberto Barajas
Orestes – Estás informada de la pesadilla hasta poder decírmela con exactitud? Esquilo, “Las Coéforas”
![]() En la filosofía nietzscheana el niño se caracteriza por ocupar la tercera etapa dentro de las transformaciones del espíritu. Momento exacto en donde el camello de carga (metáfora de la pesadez moral) y el tigre (vislumbrando la lucha contra el dragón del deber ser, obediente y sumiso) sólo forman parte de un proceso encausado a la última de sus trasfiguraciones. Inocencia es el niño, y olvido, un nuevo comienzo, un juego, una rueda que se mueve por sí misma, un primer movimiento, un santo decir sí, acentúa el filósofo alemán en Así habló Zaratustra. El niño es ingenuo, atrevido y el mejor cómplice en su convivencia fortuita con la naturaleza. La niñez es una etapa curiosa de la vida, aparentemente transparente a la luz de la vida, llena de nobleza y quizás lo más próximo a lo que Kant en La Fundamentación de la metafísica de las costumbres quiso decir con la “buena voluntad”, buena en sí misma al no ser condicionada por algún beneficio posterior a determinado comportamiento. A decir de la lógica, parecería que los niños son incapaces de prever actos reprobables y/o violentos en la sociedad, y que las actitudes negativas en cualquier ser humano son independientes a la infancia, siendo más bien resultado de una desacertada interacción con su vida cotidiana o dificultades de supervivencia experimentadas entre individuos. La niñez es un misterio para el mundo adulto, complejo hasta para aplicarle normas éticas y de moral temprana, puesto que éstas se van adquiriendo sólo en la medida de nuestro propio desarrollo físico y mental dentro del entorno cotidiano.
Como muestra tenemos la obra de la artista mexicana Mariana Magdaleno, quien recurre a algunos de estos aspectos oscuros y paradójicos aplicados a la niñez recluidos en el mito, la ficción y el repudio hacia una existencia cruel y vulnerable, al mismo tiempo, representada con la figura de los infantes. Con el dibujo como herramienta discursiva, Magdaleno se instaura fuera de cualquier barroquismo gráfico, justificado con el desacato y la desinhibición altanera representada en cada uno de sus trabajos. Luego de explorar diferentes estilos y formas de representación, su obra más reciente se enaltece por la sutileza de una técnica minimalista, centrando la atención en una sola imagen cargada de símbolos y paradojas abominables sobre las pesadillas de la existencia humana, encarnadas en figuras infantiles.
Los antecedentes más próximos sobre esta relación se fundan en los estudios preocupados por concebir al hombre en comunión con la naturaleza. Dilema que ha trascendido a los umbrales del arte de manera recurrente, incitando a periodos artísticos y del pensamiento, para interpretar signos bajo los cuales el hombre entra en diálogo y convivencia amistosa con su entorno, lejos de ubicarlo por encima de la naturaleza como depredador. A partir de la modernidad, básicamente en los tiempos kantianos del siglo XVIII, predominó una interpretación sobre los conceptos de lo bello y lo sublime, enmarcando sus límites en el asco; punto final para objetar la experiencia estética en el individuo. Mientras que la idea de la fealdad se definía sólo como el aspecto negativo de lo bello que inclusive debía ser superado. Para el Romanticismo y el Vitalismo lo bello y lo sublime, así como lo grotesco y el sufrimiento se afirmaban dentro de las posibilidades de ser de la naturaleza, como características propias y vulnerables también de la existencia humana. Estos estados evidencian un periodo bajo el cual lo sublime se había convertido en una condición sobre estimada de la belleza, concebida como el momento estético de superación hacia el Espíritu absoluto hegeliano y cumbre del idealismo alemán. El pensamiento romántico justificaba la fealdad, el sufrimiento y el nihilismo sólo como un síntoma a superarse y no como una condición de la existencia capaz de afirmar aspectos hostiles de la naturaleza, de lo humano y su coexistencia. Sin embargo, eran identificados como estados momentáneos de extrema sensibilidad y pasión creadora entre artistas y poetas de la época. En el siglo XIX Nietzsche introduce la condición nihilista y evidencia el sentido del dolor como un estado intuido dentro de la naturaleza humana, a modo de ontología, y que sólo a través del arte se hacía soportable.
Magdaleno nos muestra que la naturaleza es por un lado, creadora y complaciente, pero de igual forma es feroz, enérgica y destructora con la posibilidad de reinventarse las veces que quiera. La niñez es el señuelo más noble sobre el cual la artista aborda las innumerables formas de imaginar la existencia y sus diferentes maneras de representarla, mostrando a personajes infantiles que dialogan con sus propias fantasías, como parte de una realidad surrealista u onírica. Dentro de la cual confecciona imágenes que sólo parecen nacer en las mentes infantiles y desinhibidas. Realidades dibujadas que yacen entre la perversión de su propia ingenuidad y donde la crueldad y el padecimiento nunca quedan descartados.
El niño se muestra como un estado común y vulnerable, y en su afán por objetivizar los dilemas emocionales de la existencia humana, muestra una realidad distorsionada, mientras la otredad representa no sólo aquello que se niega a ser aceptado, sino también aquello que se puede llegar a ser, en la imaginación desbordada de cualquier infante. La incursión de los juguetes, incluidos constantemente en su obra, se instaura como cómplice legitimador del ensueño, cobijado por la fantasía, pero también por la frustración de posibles pesadillas.
Su obra mantiene cierta influencia en las figuras emblemáticas de la cultura infantil norteamericana a nivel crítico, Disneyland, aunque mantiene una tendencia más clara hacia la animación japonesa, pensando en la estética de Hayao Miyasaky, director e ilustrador de películas animadas como La princesa Mononoke, El viaje de Chihiro y El increíble castillo vagabundo. Reconocido por abordar temas que hablan de la relación entre el hombre y la naturaleza, y explorar conceptos como el individualismo y la responsabilidad, que de igual forma Magdaleno asiste de manera irreverente, como un padecimiento que suele perseguir al ser humano en contacto con su realidad.
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