José Manuel Springer
Desde el primer
encuentro con la pintura de Pedro Bonnin salta a la vista el hecho
de que sabe donde colocar con las cosas. Si bien su intención
es rehuir cualquier tipo de representación alegórica,
su forma de ordenar los elementos de una pintura, de soltar sobre
el lienzo los recuerdos madurados
en su mente y dejar que tomen forma, revela que sabe perfectamente
cómo se mueve el ojo y hacia donde lo lleva la mente. Cada
cuadro es como una flecha que da en el blanco.
El atributo del pintor es la capacidad para pensar en imágenes. Donde el poeta mide las palabras Bonnin mesura sus texturas y colores, la línea y la mancha. Ejerce control y se deja libertad. Es un gramático, Pedro Bonnin ha llegado a ser un semionauta, alguien que viaja por la galaxia de significados.
Los resultados están a la vista: En las pinturas sobre tela que nos ofrece se perciben fragmentos significantes, enlazados a través de franjas verticales que fragmentan de la pintura,. Y ¿no es así como archivamos el mundo en nuestra mente?, de manera fragmentaria. Estas pinturas son la expresión de la forma en la que percibimos el mundo. Pero aún así no debemos entenderlas como representación mimética de superficies. Lo que a Bonnin interesa es la pintura como significado en sí.
¿Cómo definir estas
obras? Son un itinerario dentro de un paisaje de signos. Bonnin
concibe imágenes que producen caminos particulares dentro
del espectro visual. En su obra podemos encontrar todo género
de formaciones geográficas, que son formas semánticas:
continentes, islas, desiertos, pantanos, territorios sobrepoblados
y lugares incógnitos. Al verlas una y otra vez bajo esa óptica
encontramos el sentido del mapa que forman.
Bonnin replica, en el sentido de responder, a una realidad que
es inagotable. A través de sus series Soñar es conocer,
explora un mundo de signos despojados de su significado. La articulación
de texturas, color, estructuras e incluso palabras, presenta el
mundo como lo vería un recién nacido. Sin la ayuda
de una estructura gramatical que nos permita nombrar el mundo.
Lo que hay detrás de cada obra es una estructura. Independiente de las partes o de la relación entre ellas, la estructura de un espacio pictórico ordenado, nos permite ver cada obra como unidad, como un conjunto autocontenido, como semiosis pictórica o sustancia percibida. Al asociar entre sí el conjunto, este deja su heterogeneidad y se torna en una propuesta discursiva.
El factor cuantitativo de la estructura no tiene que ver con su efecto cualitativo. La aptitud del pintor para manipular símbolos crea un espacio de libertad asociativa para que en él coloquemos el contenido, si así lo queremos. Al posar nuestra mirada sobre las telas se produce una topología del significado mental de las cosas, y la asociamos con la experiencia propia.
Hay algo que mueve al artista a pintar: la voluntad de activar las formas y crear resonancias. En el caso de Pedro Bonnin se trata de más que una tarea de pintor, una fusión entre pintura y diseño. A través de los objetos y las palabras Pedro Bonnin crea imágenes. Su trabajo explota la fascinación por la apreciación de los objetos de uso cotidiano, una textura , un escalera. A la vez semantiza el espacio de la pintura al introducir palabras y frases que en su concreción resultan ambiguas.
Lo que más entusiasma de su pintura es la posibilidad de lanzarse en sus figuraciones con la idea de descubrir en ellas un lenguaje poético visual. Apasionado por las manchas, por el fluir de la materia, los fondos de sus cuadros nos hacen pensar en un lugar indeterminado, el espacio de la pintura. Las líneas son sencillas pero dejan abierta la posibilidad para darles una interpretación con lenguajes simbólicos. En su elección del colores brillantes, y en las formas blanco y negro que habitan los cuadros persiste un recuerdo del vasto inconsciente. Soñar es conocer, ver es reconocer.
Bonnin nos lleva por la galaxia del significado y se resiste a representar algo por el hecho de asignar un significado a un objeto. El trabajo de su pintura es recopilar información visual y atesorarla como arte. Se mueve entre el caos y la entropía y los resultados sorprenden por su capacidad para crear una sinergia y empatía por la pintura como lenguaje. Bonnin nos enseña que la realidad se parece mucho a la pintura.
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