El "Caso Abierto" Ai Weiwei

Ai Weiwei"Study in Perspective", 1995 - 2003

Héctor Antón

 

El productor visual Ai Weiwei enfiló hacia Nueva York en la década del ochenta en busca de otro mundo y de sí mismo. Allí permaneció doce años, sobrevivió como emigrante y leyó Mi filosofía de A a B y de B a A (Andy Warhol). De vuelta a casa en 1993, con motivo de la enfermedad de su padre, intuyó que su destino no estaba en el paraíso occidental sino en el infierno oriental. A.W recuerda el día que les advirtió a unos compañeros de clase: "Quizás, cuando regrese dentro de diez años, verán a otro Picasso´´. Ya debían recibir lecciones de “alto riesgo" quienes desaparecen entre cautelas, pactos y fugas.

Este gestor multidisciplinario nacido en 1957 evoca el pasado y, al mismo tiempo, reescribe la (su) historia en función de cada maniobra estratégica. Así justifica su abandono  de la pintura:  "Cuando empiezo a sentirme cómodo trato de rechazar esa comodidad, de escapar de ella". Aquí repite un axioma duchampiano sin escrúpulos académicos, parafraseando al benemérito sin mencionar la referencia. Ello revela una de sus intenciones centrales: satirizar el discurso hegemónico con sus propios artilugios.

Ai WeiweiBloguero y empresario, disidente y juguetón, procesual y efímero, provocador y sutil, voluntarioso y paciente; Ai Weiwei personifica al histrión modelo del mainstream. No por gusto en 2011 encabezó el listado de figuras más poderosas del mundo del arte, ranking anual confeccionado por ArtReview.  "A.W, quien fue detenido y encarcelado por las autoridades chinas durante ochenta y un días a comienzos de este año, ocupó el puesto número uno como resultado tanto de su activismo como de su práctica artística" –según The ArtReview Power 100. Los golpes enseñan y, en "casos globales", legitiman.

A.W invirtió dos años en supervisar la producción (Made in China) de cien millones de semillas de porcelana que utilizó para su instalación Sunflower seeds (2010), concebida para la monumental Sala de las Turbinas londinense. Ya no era cuestión de tumbarse bajo el sol artificial de Olafur Eliasson, rodar por los traslúcidos toboganes de Carsten Höller o esquivar la grieta de Doris Salcedo.

En esta oportunidad, los visitantes a la Tate Modern sintieron el crujir de sus pisadas contra un injerto de superficie sin experimentar temor. Algo similar a la fantasía de percibir el hundimiento repentino de un escenario inmóvil. O, en última instancia, escuchar la sonoridad-murmullo de la desconfianza.

Atrás quedaba la tradición pictórica de representar al "presidente eterno" rodeado de girasoles como emblema solar. En un marco distante a la resaca poscomunista, las pipas de Sunflower seeds reproducibles y ajenas al Gran Salto Adelante (fórmula desarrollista impulsada por el maoísmo) se revirtieron en divertimento esteticista y luego cotizadas en la casa Sothebys. Metamorfosis ideal de la protesta política en propuesta comercial. Nada es más reconfortante para un "cismático de su tiempo" que convertir el revés en subasta.

Ai Weiwei no es un farsante en esencia sino un impostor en apariencia. Por ello, gusta sorprender a quien lo etiqueta como   "artista comprometido", echando al fuego vestiduras éticas en torno al relativismo de su actitud: "Me tomo el arte muy en serio, pero mi producción no es tan seria y la mayor parte de ella es irónica". Perspicacia de quien elige fluctuar entre la cultura de manifiesto y su pastiche, el anuncio publicitario y la denuncia política. Como si una mueca bastara para demostrar la seriedad del "arte inútil".

El contexto es la inspiración del artista y su equipo de trabajo donde "coinciden" artesanos, cabezas pensantes y cómplices voluntarios ocasionales. Esa incomunicación traumática entre la nomenclatura gubernamental y su contracandela artística (factoría de la cual se alimentan muchas familias) es un catalizador de proyectos, situación en la que documentar acontecimientos suplanta (o complementa) al reto de generar ficciones.

A principios de 2011, las autoridades de Shanghái demolieron su estudio recién construido. Como un ajedrecista de sangre fría, A.W se trasladó al "lugar del crimen" para contemplar y filmar el "derecho de injerencia" en nombre de la "violencia preventiva", donde solo queda aglutinar "ciencia, conciencia y paciencia".

Transformado en "escarmiento público", el artista tiraba fotos (al compás que también era producto de un registro visual) llevando un casco parecido al que usaban los pequeños brigadistas-depredadores inmortalizados. Al final de la jornada, "nadie sabe para quién trabaja".

José Martí, prócer cubano de la insurrección nacional, también incomprendido por el voluntarismo de los suyos, decretó: "Reprimir el vigor es una prueba de vigor". Acusado y multado por supuesta evasión de impuestos, Weiwei vivencia otra tragicomedia en marcha: la coartada financiera como escudo oficial de la purga ideológica.    

Si caes en desgracia, la mayoría de los colegas amparados por el sistema te dan la espalda. Pasas de ser "enemigo del pueblo" a "remake de importación". La solidaridad se oculta en una vasija milenaria que nadie deja caer al piso. Sin embargo, el outsider de Beijing controla la ira del resentimiento y sonríe como Zaratustra evadiendo poses victimarias. De este modo, concede entrevistas a los emisarios de Occidente, para contar sin fruncir el ceño ni alzar la voz episodios de su retorno al país natal. 

"Lo que no me mata, me hace más fuerte" (Friedrich Nietzsche); "Yo también soy una obra de arte" (Joseph Kosuth).      

Ai WeiweiA.W fue la atracción de Documenta 12 de Kassel, Alemania (2007), al transformar en "instalación" a los 1.001 compatriotas que conocieron una ciudad eurocéntrica (actuando como "esculturas vivientes") en ocasión del llamado "museo de los cien días". Gracias a la expansión y gestualidad espectacular de Fairytale (2002), habitantes de la República Popular China viajaron por vez primera al exterior. Una manipulación de masas, excesiva probablemente, pero una "experiencia única" para sujetos forjados tras una remendada cortina de hierro.

"Wei" significa NO. La doble negación de Weiwei es renunciar a perderse en el confort del exilio y perpetuar el sueño de nunca enmudecer ante la pesadilla de sus cancerberos. La lucha como arma del arte constituye su máxima dentro de un mínimo radio de acción política. Activismo hereditario para restituir lo que su padre (el poeta Ai Quing) no alcanzó ver: una Nueva China próspera en su economía e intelectualmente legible. Lástima que redenciones personales o causas locales (justamente pecadoras) terminen silenciadas.    

Después de cuatro años sin moverse de Pekín, Ai Weiwei recuperó el pasaporte y voló de inmediato rumbo a Múnich, Alemania (donde reside su hijo Ai Lao) con motivo de su primera retrospectiva antológica en la Royal Academy Of Arts de Londres (septiembre-diciembre 2015). La artista cubana Tania Bruguera viajó a Nueva York para integrarse como miembro de la Yale World Fellowship 2015, luego de permanecer ocho meses retenida en la Isla, debido a una malograda tentativa performática en la Plaza de la Revolución (30 de diciembre, 2014). Lo demás, es paisaje en la niebla.


Fotografías:
1. "Study in Perspective" (1995 - 2003): Foto: http://www.pbs.org/wgbh/pages/frontline/ai-wei-wei/slideshow-ai-weiwei-art/
2. "Sunflower seeds" (2010). Foto: Tate Photography
3. "1001 chairs" (2007). Foto: http://hyperallergic.com/22764/ai-weiwei-protest/

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Fecha de publicación: 23.09.2015