Cambios de sitio; desplazamiento sedentario

Por Naomi Rincón Gallard

Viajar es   muy útil, hace trabajar la
imaginación. El resto no son sino
decepciones y fatigas. Nuestro viaje
es por entero imaginario. A esto se debe
su fuerza.
Va de la vida a la muerte. Hombres,
animales, ciudades y cosas, todo es imaginado.
Es una novela, una simple historia ficticia.
Lo dice Litré, que nunca se equivoca.
Y además, que todo el mundo puede hacer igual.
Basta con cerrar los ojos.
Está del otro lado de la vida.

Louis Ferdinand Céline. Viaje al fin de la noche

Por paradójico que parezca, el desplazamiento puede representarse como un modelo sedentario. Esa es la propuesta e hilo conductor de Cambios de Sitio, exposición en la que participan tres egresados de la escuela La Esmeralda: Daniel Alcalá (Piedras Negras, Coahuila. 1974), Omar Barquet (Chetumal. 1979) y José Luis Landet (Buenos Aires, Argentina. 1977), presentada en la Casa del Lago.

A través de un espacio cerrado, que regulan el aislamiento y la estatismo de las piezas, los tres artistas comparten la anécdota de haberse trasladado de su lugar de origen hacia la Ciudad de México e insisten formalmente en la exclusión o reducción de esas narrativas individuales a una experiencia en abstracto que se manifiesta en formas concretas.

Puente

Daniel Alcalá dibuja con papel calado sobre el muro los mapas de dos ciudades unidas por un puente. El dibujo es el de los mapas esquemáticos comunes, que representan mediante la vista aérea la superficie de dos ciudades conectadas (he ahí la única licencia en la narrativa) por una larga línea. De las ciudades le interesa solamente la estructura que subyace, la retícula que organiza la imagen, eliminado cualquier rastro de capricho, detalle, gestualidad o caos, silenciando las cargas anecdóticas,los nombres de las calles y la referencia del lugar mapeado. El mapa deja de ser funcional para volverse expresivo, pero la expresión individual radica únicamente en la elección del método de trabajo: cortar meticulosamente dejando el trazado de las calles exclusivamente, volatilizar la materia dibujando con una navaja las líneas frágiles de papel hasta llegar a una imagen sin peso visual que proyecta una sombra tenue en la pared, debatiéndose así entre la indiferenciación entre el papel y el muro y la indiferencia que puede provocar una imagen neutral.

El proceso de elaboración de esta pieza requiere un control absoluto de las herramientas y del cuerpo, el pulso debe ser firme, el trazado debe ser exacto, se debe eliminar toda huella digital, toda carga psíquica o anecdótica, se debe de buscar la pureza de la superficie. La delimitación estricta de todo lo que se debe de hacer, señala que el objetivo es claro y sin desvío alguno, huyendo a toda costa del caos y de la descomposición, retomando la utopía moderna del progreso y el orden. Esa decisión es la de un conservador obsesivo que se protege del peligro, del ruido, del crecimiento demográfico y las acciones sociales, de las microhistorias de las ciudades, de cualquier rastro de impureza visual o anecdótica, conservando el cambio de escala como único referente. El camino hacia la perfección reduce todos los infinitos posibles a la pura silueta delicada y silenciosa, conciente de su increíble fragilidad.

Cabinas

Omar BarquetEl montaje de Omar Barquet consiste en un conjunto desplazable de cinco cabinas en forma de caparazón colocadas en reposo sobre el piso, frente a un horizonte de pintura. Hay un claro vínculo con algunas estrategias del arte Minimalista: la pieza es monocromática, modular, serial y su acabado es industrial. Más que de la historia del arte, sus fuentes de trabajo provienen de la información urbana en experiencias cotidianas del recorrido de la ciudad y del encuentro con procesos de elaboración de objetos o imágenes en la calle, así como del acercamiento a la lógica de construcción de estos, para posteriormente hacer un diseño análogo paralelo a las estructuras   existentes. Ese diseño excluye lo anecdótico y apuesta por la creación de una experiencia en abstracto, sustrayendo tanto la función como el referente del contexto original. La experiencia del encuentro con unas cabinas telefónicas es abstraída hacia la elaboración de objetos que se asemejan a caparazones, haciendo alusión a una protección que se lleva a cuestas, como una casa portátil. Las cabinas resultantes tienen por dentro una estructura para colocarse sobre la espalda de modo que hay una invitación para su uso. Pero su disposición en el espacio -en reposo sobre el piso- deja esa invitación en un estado ambiguo: no queda del todo claro si la pieza se activa en el momento que es usada o si se trata de esculturas colocadas desenfadadamente en la galería.

Libro rojo

La instalación de José Luis Landet consiste en un dibujo de siluetas de elipses negras en las paredes que proliferan como las ramas de un árbol, y una caja de madera suspendida del techo al centro de la sala, que recrea algo similar a un ático o una pequeña biblioteca en un tapanco, a la cual se puede acceder por una escalera de mano. La escala reducida de esa construcción, aunada a la calidez de la luz de baja intensidad en la sala, sugieren que se trata de un espacio íntimo o tal vez oculto.

Subiendo por la escalera se llega al interior de la caja, donde está dispuesto un libro repetido y pegado a las paredes. Sólo hay uno que se puede tomar. Pero es ilegible, todos los textos han sido cancelados con un marcador negro. El libro está tachado, es el libro rojo y por ser rojo está prohibido. La recreación de un recuerdo es siempre fragmentaria e inexacta, alumbrada por una memoria poblada de privacidad y de ficción.

Habiendo vivido su infancia en provincia de Buenos Aires a principios de los años ochenta se puede inferir que se trata del recuerdo de la vivencia de un niño durante la dictadura, cuando aprendió que había libros que tenían que ser escondidos. Sin intención premeditada, la traducción de "libro rojo" al inglés red book (libro rojo/libro leído), Landet libera azarosamente ese juego del lenguaje para referirse a un libro leído y a la importancia de recordarlo en abstracto, no como texto sino como un potencial objeto de resistencia.

Desplazamiento sedentario

Tras haberse planteado el cambio de sitio en esta muestra los artistas abandonan el nomadismo, y se asientan sobre el horizonte heredado por las vanguardias: la insistencia en opacar narrativas para ponderar aspectos formales hieráticos, tensión creada por la economía en la representación y la negativa a ser explícitamente anecdótico. Daniel Alcalá opera clínicamente en la búsqueda de la limpieza y la perfección, eliminando cualquier carga trágica o caótica. Omar Barquet pondera la lógica de la construcción de la pieza y su uso para generar una experiencia a partir de la abstracción. Landet opera en la tensión generada al recrear un recuerdo potente al tiempo que lo sintetiza formalmente.

Nuestra generación no puede olvidar que la fuerza de este viaje (el arte) radica en ser por entero imaginario, y que sí, nos corresponde cambiar de sitio, desbaratar todo regimen estable y encontrar un horizonte inseguro y desconocido.

 

Fecha de publicación: 14.05.2007